19 de septiembre de 2013

Taller de gastronomía medieval: Dossier

Como complemento al vídeo que ya publicamos, y en especial para los asistentes al taller de gastronomía medieval organizado en Balaguer la semana pasada, compartimos el dossier del taller, con todas las recetas.

Podéis descargarlo en pdf aquí.


Está diseñado para imprimirlo y doblarlo como un cuaderno, así que, si lo leéis en el ordenador, veréis que las hojas están desordenadas. Tal y como aparecen en el documento, la numeración de las páginas es la siguiente:

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Es un placer para nosotros compartir, de forma gratuita, este dossier. Eso sí: si lo compartís vosotros/as o hacéis uso de él en algún evento público, no olvidéis citar la fuente, por favor.

Esperamos ver pronto fotos con el resultado de las prácticas en vuestros respectivos castillos.

1 de septiembre de 2013

Gastronomía Medieval

Finalizadas ya las I Jornadas de Cultura Medieval y Recreacionismo, y para ir abriendo boca hasta que podamos mostraros las fotografías de las diferentes actividades, queremos compartir con vosotros un pequeño vídeo que editamos para el Taller de Gastronomía Medieval, que tuvo lugar el sábado 31 de agosto.

Lejos de crear un documental exhaustivo, decidimos resumir en apenas 2 minutos algunos de los principales rasgos y falsos mitos relacionados con la gastronomía medieval. Esperamos que os guste.


5 de julio de 2013

Capítulo XVII: De Qal'at Ayyub, el amable villano y el palón prisionero

No habíanse completado siquiera dos ciclos lunares desde su retorno de Ciutadilla, cuando una representación de los Guardianes del Castellar aprestose a emprender un nuevo viaje allende los muros del castillo.
Era ésta una invitación irrechazable, en la que el Rey Alfonso I – estrechamente ligado al Señor Garcés desde su más tierna infancia – convidábales a unirse a él en los solemnes actos de rendición de la ciudad mora de Qal'at Ayyub, así como en las consiguientes celebraciones.

Fue, pues, que con alborozo confirmaron su asistencia a la Compañía Miles Seculi, portadores del mensaje. Mas tratábase, sin embargo, de un grupo inaudito hasta la fecha, como podrán comprobar a continuación.

Digna es de remarcarse en primer lugar, como su alcurnia merece, la ausencia de Don Lope Garcés. Debiose ésta a otro compromiso, concertado tiempo ha, por el que debía desplazarse a tierras de Castilla, en compañía de otras buenas gentes aragonesas, para tomar parte en los fastos que allí habían de tener lugar. Con profundo pesar, por no poder reencontrarse con su protegido Alfonso I, debió así partir en otra dirección, encomendando a la Señora de Pallars y al capitán de la guardia el mando de la comitiva.

Mas no fue esta la única novedad. A la ya habitual presencia de los citados miembros y del humilde Horiulfo, uniose en esta ocasión la de una nueva doncella al servicio de la Señora, venida de tierras de Cumania, al noroeste de Bizancio. Su diligencia e ilustración generaron alabanzas a Doña María de Pallars, por el tino de acogerla a su servicio.(1)
Comitiva de los Guardianes del Castellar en Qal'at Ayyub.


Fueron así cuatro los componentes que personáronse en el campamento de Qal'at Ayyub, mas no sin dificultades. Quiso la ventura que, hallándose en busca de emplazamiento para su tienda, pidieran ayuda a un hombre del lugar que, lejos de asistirles en su demanda, retúvoles más tiempo del que el buen entendimiento dicta, con repetidos e insistentes ofrecimientos de dulces néctares, generándoles problemas con la guardia de la ciudad por el incorrecto estacionamiento de su carruaje. Por fortuna, pudo desfacerse el entuerto sin consecuencias y la expedición arribó a su destino precedida por escolta oficial, como corresponde a su clase.

Toda vez instalados sus aposentos, integráronse con el resto de tropas para presenciar la capitulación de la Ciudad, que había de tener lugar a continuación.
Con el espíritu encendido tras la victoria - ¡Dios lo quiere!, repetían los presentes –, y el estómago repleto merced a una opípara cena, Horiulfo y la doncella (que respondía al nombre de Cristina) marcharon al encuentro de un amable villano que habíase ofrecido como guía de la ciudad. No le era éste desconocido a Horiulfo, pues había compartido plática y mesa con Bebo (que ése era su nombre) durante largos ratos frente a la lonja en la ciudad de Çaragoça, ya bajo control cristiano.

Los tres, en celebración de los gozosos acontecimientos acaecidos aqueste día, se entregaron a la música y el baile hasta altas horas de la madrugada. Primero en el energético concierto ofrecido por Wyrdamur en la Plaza del Olivo y, más tarde, en otros locales y tabernas de cuestionable reputación, en los que se adentraron tras el liderazgo de Bebo.

Amaneció el segundo día no mucho después de que se hubieran acostado, mas no fue esto óbice para que se acicalasen raudos y se uniesen al resto de compañeros junto a la mesa donde se servía el desayuno.

La mañana se presentaba tranquila; circunstancia que aprovechó la Señora de Pallars para dar un breve paseo por el mercado local, asistida por el resto del grupo.
Visita de la Compañía al Mercado.


De vuelta al campamento, presenciaron atentamente cómo vestían al Caballero de Honor del evento y se encaminaron al campo de batalla, donde Antonio, capitán de la guardia, iba a poner su espada al servicio del bando almogávar, que veía negada su paga. Además, Horiulfo fue también reclutado, en este caso como azconero, combatiendo así junto a su padre. Resultó ser una cruenta lucha, corta pero intensa, que produjo múltiples bajas en ambos bandos, y que finalmente pudo resolverse de forma amistosa, procurándose el pago de las soldadas pendientes a los almogávares supervivientes.

La comida y el posterior descanso contribuyeron a curar las heridas, de modo que todos los miembros estaban ya repuestos cuando Bebo, el amable villano qalatayubí, volvió al campamento para guiarles en una visita a pie de los enclaves más importantes de la villa.

Retornaron a continuación a sus aposentos y se prepararon para integrar el Desfile Triunfal de la Victoria, que iba a comenzar en breves momentos. En él, las huestes cristianas recorrieron las rúas bilbilitanas camino de San Pedro de los Francos, do el Gobernador Almorávide procedió a la entrega oficial de las llaves de la Ciudad a Alfonso I. El Rey, a su vez, mostró su magnanimidad reconociendo a sus nuevos vasallos la libertad de culto (previo pago, eso sí, de un impuesto, que solo pudo recaudarse gracias a la contribución judía).


Habiendo ya pasado la ciudad, oficialmente, a manos cristianas, las tropas leales a Alfonso I realizaron, esa misma noche, un desfile de antorchas a lo largo de “Calatayud” (denominación adoptada tras la reconquista), en el que también tomaron parte Doña María de Pallars y su séquito.
Desfile de antorchas.


Pero aún quedaba mucha noche por delante, y los Guardianes del Castellar no tenían intención de renunciar a ella. Apostáronse, pues, próximos a los artistas almogávares de Lurte, que iban a deleitar a los presentes con sus más recientes creaciones. Con los primeros acordes desatose la algarabía y el desenfreno en la plaza, dando rienda suelta a la tensión acumulada durante la batalla de Cutanda y las subsiguientes negociaciones para la entrega de la ciudad.

Terminose el gran espectáculo de Lurte y no fueron pocos los que encamináronse de vuelta al campamento; pero la compañía castellarina no se contaba entre ellos. Cristina y Horiulfo dejáronse arrastrar, de nuevo en compañía de Bebo, a las tabernas que ya habían visitado la noche previa, con la promesa de la Señora de Pallars de que se reuniría con ellos tan pronto fuese liberada de otros asuntos que requerían de su intervención inmediata.
Fiel a su palabra, personose la Señora en la taberna horas más tarde, apenas con tiempo suficiente para presenciar el baile de un extraño ser de escasa estatura que atrajo miradas inquisitivas en derredor.


El amanecer del tercer día resultó ser mucho más duro que el precedente, pues los festejos por el traspaso de llaves se habían prolongado hasta horas cercanas al alba. Afortunadamente, el único acto al que debían hacer frente esa mañana era la liza de caballeros, en la que había de participar Antonio – quien, prudentemente, retirose anticipadamente de la celebración.
Los caballeros participantes en estas lides mostraron su gran habilidad en el manejo de la espada, pero fue una vez más el Caballero Karl quien salió triunfante del encuentro.
Caballeros preparados para la liza.


El viaje se encaminaba ya a su final y las escasas fuerzas desaconsejaban emprender nuevas empresas más allá de lo estrictamente necesario. Así pues, tras el pago de la soldada por parte de Miles Seculi y la agradable comida compartida con el resto de grupos asistentes - y un escueto pero reparador descanso –, dispusiéronse a recoger todos sus enseres, cargarlos en el carruaje y poner rumbo de vuelta al Castellar.

Cual fue su sorpresa, sin embargo, cuando, ya tras los muros del castillo, mientras descargaban el equipaje, comprobaron que el palón de la compañía había desaparecido. Este ultraje a su enseña, debido, sin duda alguna, a algún tipo de encantamiento formulado por hechiceros almorávides despechados, supuso un duro golpe para los Guardianes del Castellar. Pero no todo estaba perdido: dirigiose raudo el palafrenero mayor al establo, ensilló al más veloz caballo disponible y envió un emisario de vuelta a Calatayud, con órdenes expresas de encontrar a Bebo y encomendarle la recuperación y custodia del palón hasta nueva orden.

Fue así que se hizo, y gracias a Bebo, el amable villano, el palón prisionero quedó nuevamente sano y salvo.
Bebo, el amable villano, y el palón recuperado.


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(1) N.E.: resulta enigmática la referencia a esta doncella, cuyo origen y destino nos son desconocidos y cuya presencia nos consta únicamente en este viaje.
Cristina, la doncella cumana.

25 de mayo de 2013

El manuscrito medieval: Viaje a Ciutadilla

Hemos encontrado un manuscrito medieval, aparentemente redactado por un monje del s. XIII, que narra las aventuras y desventuras de los Guardianes del Castellar. Sabíamos poco, hasta la fecha, sobre esta intrigante compañía de pobladores del medievo que, aparentemente, recorrió amplias distancias para encontrarse con otros grupos de su misma naturaleza.

Iremos compartiendo fragmentos de este manuscrito conforme vayamos descifrándolos y transcribiéndolos. Comenzamos, de momento, con el Capítulo XVI, ya que los anteriores parecen haberse perdido con el paso de los siglos.

Lo acompañamos a continuación para vuestro disfrute, junto con algunas imágenes que ilustran la historia.

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CAPÍTULO XVI
Del viaje a la fortaleza de Ciutadilla, el fuego y los seres voladores

Iniciose aqueste viaje con la llegada al Castillo de una paloma, la cual portaba un mensaje de la Compañía de Arquers del Rei Jaume, convidándoles a asistir a su XI Encuentro de Grupos, en la preciosa localidad de Ciutadilla. Conscientes de que por aquellos lares no es permitido el pernoctar en gran salón comunal -como habían acostumbrado -, decidiéronse, como ya relatamos, a preparar un pequeño campamento en el que intentar hacer sus días fuera de la fortaleza lo más agradables posible.

Ya con todos los aparejos listos, llegó el 3 de mayo, día de ponerse en camino hacia el destino. Una vez más, lamentablemente, la intendencia del castillo obligó a la compañía a realizar el viaje en dos grupos, marchando una parte el viernes por la noche y el resto el sábado por la mañana.
Llegada, pues, la primera parte del contingente, dispusiéronse a instalar la tienda y el mobiliario y, para hacer ver que la zona estaba ahora habitada por la compañía, procediose al clavado del palón del Castellar junto a la entrada de la tienda. Realizose todo ello bajo la atenta mirada de un extraño ser volador (quizá dragón -comentaban unos-, quizá demonio -espetaban otros).
Castillo de Ciutadilla al atardecer.

Tras rematar esta ardua faena -con mayor habilidad de la mostrada en el ensayo previo-, y a medias entre la luz del ocaso y la de una linterna (también fabricada por los artesanos para la ocasión), procedieron a tomar la cena, elaborada en las cocinas castellarinas. Acostose luego la señora sin tardanza, pues estaba exhausta tras el largo viaje y las consiguientes labores desempeñadas aquel día. El señor Garcés y Horiulfo dirigiéronse, por su parte, a la taberna, do cenaba todavía gran parte de los concurrentes al evento y do, posteriormente, tuvo lugar una demostración de oscuras artes y sortilegios por parte de dos de los anfitriones. Por no mostrarse descorteses tras la invitación, y pese al evidente componente herético, decidieron no denunciar el evento ante las autoridades eclesiásticas, uniéndose así al resto de asistentes en sus aplausos. Sirviéronse también de esta ocasión para departir brevemente con viejos amigos y retiráronse temprano a sus aposentos, amenizando su marcha con ingeniosos juegos de sombras que adornaban el exterior de su tienda.


Ya en la mañana, con el ánimo revigorizado merced a un sabroso bizcocho, encamináronse al centro de la Villa, do había de tener lugar la inauguración oficial del encuentro y el subsiguiente pasacalles. Debieron de apresurarse, pero lograron, aunque por un corto margen, unirse a tiempo la comitiva.
Una vez que el desfile hubo terminado, adentráronse en la Iglesia y tomaron asiento para presenciar el concierto que los Joglars de Ripollet iban a interpretar a continuación. Fue éste un espectáculo digno de nobles palacios y grandes castillos, en el que la maestría con añafiles, rabeles, tambores y otros ingenios musicales fue solo comparable al dulce canto de los artistas.

De vuelta a las dependencias del castillo, sin tiempo que perder, asistieron a la presentación oficial de los grupos participantes. Y a renglón seguido, ya con la comitiva al completo tras la llegada del capitán de la guardia y una de las doncellas, sentáronse en torno a la mesa de la cantina junto con gentes llegadas de casi todos los territorios de la Corona.

La tarde aguardaba con una intensa agenda, especialmente para el Señor Garcés y Antonio, que debían tomar parte en la batalla, junto al castillo, para hacer frente a las hordas vikingas y a sus temibles berserkers. Fue una lucha sin cuartel, durante la cual las tropas cristianas se vieron mermadas por el abandono de los mercenarios almogávares que, al grito de “torna chunta”, alcanzaron un acuerdo más beneficioso con el bando nórdico, pasando así a integrar sus fuerzas. También Horiulfo integró el contingente cristiano en la retaguardia, si bien su apoyo fue más bien moral.
El Señor Garcés y Antonio (Capitán de la Guardia) listos para la batalla.
Mientras tanto, la Señora de Pallars se afanaba en sus labores, en el campamento, bordando hermosos motivos florales y atrayendo la atención de algunos visitantes (llegando, incluso, a tomar asiento junto a ella).


Se acercaba lentamente la hora marcada para el desfile de antorchas desde la Villa, pero aún había tiempo para que Don Lope y Doña María, acompañados por Horiulfo, asistiesen a la interesantísima conferencia sobre numismática medieval que la Compañía Almogávar de Çaragoça había organizado.
Quedó así el tiempo justo, antes de cenar, para que el Señor y la Señora pudiesen departir durante unos momentos con los maestros cetreros y ser retratados junto a uno de sus bellos ejemplares.

Uniéronse los Guardianes del Castellar, tras la preceptiva cena, a la comitiva del desfile de antorchas que, en su recorrido hasta el recinto amurallado, sirvió de preludio al solemne juicio en el que varias mujeres debían hacer frente a acusaciones de brujería. Ante la atenta mirada de todos los presentes, una de ellas fue declarada culpable y condenada a morir quemada. Aplicose la sentencia de manera inmediata, mostrando a los allí reunidos las consecuencias de alejarse de los designios de Dios, Nuestro Señor.


Fue Horiulfo el primero en levantarse en la mañana del domingo. Mas estando el campamento en silencio y dirigiéndose él al ejercicio de sus tareas, observó de nuevo a los extraños seres voladores que ya apareciesen sobre sus cabezas en la noche del viernes. Tras algunos minutos de observación, y determinado a ahuyentar a aquellas criaturas que perturbaban el descanso de su Señor, tomó su pica y la blandió amenazadoramente en dirección a ellas. No sabemos si fue por causa de esto o por mera casualidad, pero contaban los testigos que los monstruos desaparecieron casi de inmediato, como por ensalmo.

Quisieron los Arquers del Rei Jaume agasajar al Señor Garcés con actividades de entretenimiento y, acabado el desayuno, dispusieron lo necesario para iniciar un campeonato de tiro con arco frente a la puerta misma de su tienda, para su disfrute personal.
Preparación del campeonato de tiro con arco.

Aproximose de esta forma el final del encuentro, rematado por una ineludible visita a los mercaderes. No quedaba, pues, más que la despedida de los Guardianes del Castellar de todos aquellos con los que habían compartido campamento, mesa y batalla durante aquestos 2 días. Mención especial merece la Compañía de Arquers del Rei Jaume, a quienes hicieron entrega de una reproducción de la puerta de acceso a la fortaleza del Castellar, en señal de agradecimiento.


Cargáronse todos los enseres en el carruaje e iniciaron la ruta de regreso, añadido al equipaje nuevos amigos y experiencias que ocuparían sus pensamientos hasta el próximo encuentro.
Imagen grupal de la comitiva de los Guardianes del Castellar.


P.S.: El viaje de retorno estuvo marcado por una rara maldición que afectaba a los muebles fijados al carruaje; pero esa ya es otra historia....


13 de marzo de 2013

Crónica de las Bodas de Isabel de Segura 2013

Pasada ya una luna desde nuestra partida de tierras turolenses, escribo esta misiva para dar traslado a vuesas mercedes de las experiencias de que gozamos en tamaño acontecimiento.

Tiempo ha que en las dependencias del Señor Lope de Garcés, Tenente del Castellar, Alagón y Pedrola, se personó un mensajero que portaba una invitación para las bodas de Don Pedro de Azagra, señor de Albarracín (descendiente del Señor), con Doña Isabel de Segura. Tendrían lugar los festejos entre los días 15 y 17 de febrero, en la ciudad de Teruel. Don Lope aceptó de buena gana la invitación, confirmando su asistencia, junto a su esposa, Doña María de Pallars, y dos de sus siervos: Horiulfo (palafrenero mayor, quien humildemente les habla) y Antonio.



Viernes 15
Llegó, pues, la fecha del enlace y nuestra delegación salió del Castellar con el ánimo elevado pero el número reducido, pues Antonio debió quedarse terminando algunos trabajos en el castillo y retrasó un día su viaje. Arribamos a Teruel cuando la noche ya la había cubierto con su oscuro manto y nos aprestamos a instalar nuestros aposentos, tras lo cual cambiamos nuestras ropas por otras más adecuadas, pues la guisa del viaje no hubiera sido apropiada.


Marchamos ya rumbo al Campamento de los Fueros, do reencontráronse los señores con antiguas amistades y degustamos las ricas viandas preparadas por Bastimento: sopa de almendras tostadas y rape, ternera a los piñones y bizcocho. Debimos fiarnos de nuestro sentido del gusto y el olfato para discernir lo que comíamos, pues la vista se encontraba capitidisminuida debido a la ausencia de velas en nuestra mesa (error de previsión que no volverá a repetirse).


Ya con los estómagos llenos, dispusímonos a cruzar el viaducto, en dirección al Campamento Almogávar, con intención de rendir visita a aquellos con los que tantas veces compartieron batalla y mesa el Señor Garcés y la Señora Pallars (si bien pudiera parecer que esto fue ya en una vida anterior). Al grito de “¡¡Abran paso al Señor Garcés y su Señora!!”, y precedidos por el palón del Castellar, hicimos acto de presencia entre dichas gentes, que mostraron su proverbial hospitalidad, ofreciéndonos comida, bebida y cobijo junto al fuego, donde trataban de elaborar un extraño brebaje engullido por las llamas (con escasa suerte, si se me permite decirlo).

Los Señores y el palafrenero en compañía de los almogávares.

Emprendimos viaje de regreso al Campamento de los Fueros cuando ya la fecha era otra, llegando justo a tiempo para escuchar los últimos cantares del Señor de Urrea (junior), que allí entretenía a los parroquianos con sus versos de lengua afilada, a la luz de unos faroles. Una vez terminado el recital, y tras departir brevemente con algunos de los presentes, decidimos ya dirigirnos a nuestros lechos, no sin antes mostrar el camino hacia su posada a una compañía de la Orden de Calatrava que allí acababa de personarse.



Sábado 16
El sábado por la mañana amanecimos con las fuerzas renovadas, dispuestos a participar en un buen número de actividades. Tras un reparador desayuno, acudimos de nuevo al Campamento de los Fueros: ésta vez para tomar parte en los juegos de guerra, que tendrían lugar a continuación. Mientras asistía a mi Señor en la preparación para la batalla, acercáronse dos individuos, provistos de extrañas máquinas para captar imágenes, interesados por las prendas que se estaba enfundando. Si alguno supiereis quiénes eran estas gentes, os rogamos que nos hagáis partícipes de dicha información, pues si nuestras almas están capturadas en algún soporte, nos gustaría poder conservarlo. Después vino ya el momento de entrar en liza, mostrando el Señor Garcés su agudo manejo de la espada – aunque esto no le libró de perecer en varias ocasiones, provocando sucesivos movimientos del palón, arriba y abajo. Fue éste el momento en que se unió a nosotros el cuarto miembro de la delegación, recién llegado de sus labores en el castillo.

Parte el Señor rumbo a la batalla, dejando atrás a la Señora.

Con los músculos ya entonados, nos unimos a la comitiva que tomaría parte en la Batalla de Cofiero. Mi señor, pese a contar con lazos de sangre con el Señor de Albarracín, decidió engrosar las filas del Rey, a quien debe su lealtad, así como las tierras de las que es Tenente. Fue ésta una batalla épica, que será recordada por largo tiempo, y en la que las tropas del Rey consiguieron reducir a los traidores del Señor de Albarracín. Desgraciadamente, cuando ya se había puesto cabo al enfrentamiento, un desafortunado incidente provocó una dolorosa lesión en el pie a uno de los combatientes en el bando real. Esperamos que su recuperación fuese rápida y plena.

Era ya momento de restaurar fuerzas con otra sabrosa comida: hodra de verduras, cerdo en salsa de pasas y requesón con nueces. Los siervos, como era menester, nos encargamos de preparar la mesa, servir a los señores y lavar los platos. La reciente constitución de esta delegación nos impidió tener todas las infraestructuras necesarias, que hubieran permitido que siervos y señores comiéramos en mesas separadas, pero Don Lope de Garcés y Doña María de Pallars, en su tremenda generosidad, nos permitieron yantar en su compañía.

En el yantar y en el palafrenear, todo es empezar.

Por la tarde apenas hubo lugar para el sosiego. Primero regresamos al Campamento Almogávar, para acompañarles en su desfile y posterior subasta de cautivas. Ante el número ligeramente mermado de miembros de la Compañía, nuestro Señor, en un nuevo gesto gracioso, nos encomendó ayudarles en el porteo de estandartes y banderas. Ya llegados al emplazamiento donde la venta había de tener lugar, el Señor Garcés participó en la puja, con intención de engrosar su servidumbre con una buena moza que satisficiese las demandas de su Señora (y, dado el caso, también el de sus otros sirvientes en las frías noches de invierno), pero la providencia no estuvo esta vez de su parte. Fue, no obstante, un acto repleto de algarabía y jocosidades, del que disfrutamos mucho y que recomendamos a vuesas mercedes en caso de que tengan la oportunidad de presenciarlo en el futuro. 

Sin tiempo que perder, nos abrimos paso hasta el Campamento de los Fueros (de nuevo, al grito de “¡¡Abran paso al Señor Garcés y su Señora!!”), pues debíamos acicalarnos convenientemente para integrar el desfile que acompañaría la reentrada en Teruel de Don Diego de Marcilla (también emparentado con nuestro Señor, con quien comparte emblema heráldico), tras su larga ausencia en el frente. La Señora Doña María de Pallars, cuya participación en este evento no estaba autorizada, gozó de la compañía de la Señora de Urrea, contemplándolo ambas desde fuera. Aunque estuvimos valorando la posibilidad de permanecer en las inmediaciones del desfile, para poder así presenciar el reencuentro de Don Diego de Marcilla con Doña Isabel de Segura, terminamos por deponer nuestras intenciones y, en distintos grupos (por un lado la Señora, por otro Antonio y por otro el Señor con su palafrenero), nos encaminamos de vuelta al Campamento de los Fueros, para disfrutar de la exquisita cena: hechura de monte, plato invernal, uvas y queso. Ésta vez sí que pudimos apreciar visualmente lo que encontrábase en nuestros platos, ya que cada uno de los subgrupos generados por la tarde decidió, de forma autónoma, comprar velas, de modo que de repente nos encontramos con suficiente cera para iluminar un castillo entero. Y fue a la luz de estas velas donde recibimos la más que agradable visita del Señor de Urrea (senior) y su séquito, con quienes compartimos vino y buena conversación, en espera de los acontecimientos solemnes (en teoría) que tendrían lugar por la noche.

Tras la grandísima expectación creada por el acto de proclamación de caballeros, que llegó a hacer dudar a la organización si sería necesario instalar gradas supletorias para acoger a todo el público que se iba a congregar, dio comienzo el acto. El Señor de Urrea (junior), como máximo representante de Fidelis Regi, procedió a la lectura del juramento. Nadie esperaba, sin embargo, que un infortunado lapsus linguae diera al traste con todo el boato que había caracterizado a esta ceremonia en el pasado, dando paso a un sinfín de chascarrillos y maledicencias posteriores. Y es que no hay persona libre del error en un discurso, por muy “ducha” que sea en el arte de la oratoria.

Arriba: documento de bienvenida de Fidelis Regi a la comunidad recreadora.
Abajo: certificado de asistencia de "Milites Supra Çaragoça".

A continuación, con la misma gente allí reunida, Fidelis Regi, a través de la figura de Don Artal de Alagón (descendiente directo del señor Garcés), nos dio la bienvenida a esta comunidad de hermanos recreadores y nos hizo entrega de un documento que así lo acreditaba. Quedamos, ante esta desprendida muestra de afecto, profundamente agradecidos, de forma que no habrá favor que de nuestras voluntades o nuestras espadas dependa que no les sea concedido. De momento, y hasta que el momento llegue, baste como pago la imagen grabada del portón de nuestro castillo que, a modo de pequeño recuerdo, les entregamos.

Aunque encontrábamonos exhaustos por tan largo día, el Señor Garcés y un servidor quedámonos todavía un tiempo junto al fuego, donde el relato de historias, el agrio maullar de un gato tañido suavemente por Don Pero Cornel y las bondades de unas mágicas luces expuestas por un compañero de hoguera nos mantuvieron en vilo hasta horas en las que la prudencia aconsejó ya retirarse, en previsión de los actos que aún quedaban por desarrollarse el último día.

Que no os engañe la forma de instrumento del gato que sujeta entre las manos.


Domingo 17
Con profundo pesar, pero sin perdonar el correspondiente desayuno, nos reunimos con el resto del cortejo fúnebre que acompañaría a Don Diego de Marcilla tras los desafortunados acontecimientos del sábado. Debimos, una vez más, participar por separado: Antonio, portando el palón bocabajo, encontrábase al principio de la comitiva; el Señor Garcés, con su atuendo militar, y Horiulfo el palafrenero, haciendo sonar un cuerno en señal de duelo, situábanse en la parte posterior; la Señora Doña María de Pallars, por su parte, debió de ausentarse de la ciudad de forma precipitada, pero coméntase que se vio a una mujer almogávar de facciones muy similares entre las gentes que daban su último adiós al finado.

No pudo, éste que les habla, vislumbrar el triste reencuentro con Doña Isabel de Segura, con su dramático desenlace. Sí que llegamos, sin embargo, a tiempo para escuchar “el momento del beso”, junto a la canción de cierre y el último discurso desde el balcón (que me conmovió profundamente). Llenóme esto de júbilo, junto con la generosidad anterior de otra amable dama que me permitió sujetar las bridas de su apuesto corcel, de modo que me resulte más sencillo mostrar en qué consiste mi labor de palafrenero mayor.

Era ya hora de hacer un alto para reponer energías y así lo hicimos, degustando unas sopas de ajo, quesada de cordero y fruta. Recogimos y fregamos los enseres por última vez y, con el beneplácito del Señor, procedimos a almacenarlos en nuestro carruaje.

El Señor dando el visto bueno a la limpieza de enseres.

Tras esto llegó ya el momento de las despedidas, tanto en el propio Campamento de los Fueros (donde se nos hizo entrega de otro documento, certificando la asistencia de la “Milites Supra Çaragoça”), como en el Campamento de los Almogávares. En éste segundo hicimos entrega de otra imagen del portón de nuestro castillo, en reconocimiento de los años de estrecha colaboración y amistad de estos valerosos guerreros con el actual Tenente del Castellar, Alagón y Pedrola, y su Señora. Para entonces el siervo Antonio ya había partido de vuelta a nuestras dependencias, con intención de tener todo listo en el momento de la llegada de los señores. 

Hicimos algunas breves paradas en nuestra vía de regreso a nuestros aposentos, para realizar algunas compras a mercaderes que comerciaban en los alrededores y, tras las últimas despedidas, empacamos los bártulos, mudamos nuestras ropas por otras más acordes y pusimos rumbo al castillo que nosotros llamamos hogar.

No penséis con esto que nuestra mente abandonó de inmediato Teruel, pues el trayecto de regreso estuvo copado por conversaciones sobre lo vivido y sobre proyectos futuros, incluido uno, ya bastante avanzado, para difundir la historia de los Amantes de Teruel entre los más pequeños, que esperamos poder compartir con vuesas mercedes el próximo año.

Así pues, solo nos queda agradecer a todas las gentes con las que nos encontramos en tierras turolenses su hospitalidad y el afecto mostrado, esperando poder coincidir de nuevo pronto. Y hasta entonces, muchos besos, porque “un beso tiene más fuerza que mil guerras; más poder que el dinero y sus gobiernos. Lo más lejano a la muerte siempre es un beso”.

Antonio, Doña María de Pallars, Don Lope de Garcés y Horiulfo.

8 de febrero de 2013

¿Quiénes son los Guardianes del Castellar?

Somos un grupo de recreación histórica medieval, constituido como asociación cultural, cuyos miembros fundadores somos originarios o residentes de la comarca Ribera Alta del Ebro, a escasos kilómetros del Castellar.

Hacemos recreación tanto civil como militar, orientándonos hacía la que consideramos la época de mayor esplendor del Castellar: cuando era bastión y base de operaciones ante la conquista de Zaragoza.

De esta manera, tras jornadas de investigación y trabajo conseguimos obtener algunos nombres, fechas e historias de las personas a quienes queremos “devolver a la vida”.

Además, nuestra labor como Guardianes del Castellar no se limita solo al desempeño de un rol durante las recreaciones de la época, sino que se mantiene hoy en día, pues pretendemos que nuestro trabajo de estudio y difusión sobre la importancia de este enclave histórico contribuya a que su memoria perdure.

6 de febrero de 2013

¿Qué es el Castellar?

El Castellar es un monte  donde confluyen los ríos Jalón y Ebro, frente a la actual localidad de Torres de Berrellen (en el siglo XII el lugar era conocido como campo de Ibn Renén). En el año 1080 se erigió, en un escarpado del monte, un castillo (lamentablemente, en estado de ruinas en la actualidad). Bajo su cobijo creció una rica población, a la que se concedió carta puebla en 1091. Hasta 1093 su tenente fue Sancho Sánchez y en 1098 lo era Lope López.

La zona fue repoblada en el año 1105 por el rey aragonés, y aquí acamparon sus ejércitos en 1109 cuando acudía en ayuda del gobernador musulmán de Zaragoza, Abd al Malik.

Doña Urraca de Castilla, esposa de Alfonso I El Batallador, estuvo prisionera en esta fortaleza sobre el año 1111 a causa de un intento de rebelión, ya que este matrimonio había provocado una aguda crisis política que desembocó en una auténtica guerra civil entre los partidarios de la reina y los del monarca aragonés.

A partir de 1116 comienza a nombrarse al tenente Lope Garcés Peregrino (antiguo ayo del rey Alfonso I), lo que denota la importancia que le daba el monarca ante la conquista de Zaragoza.

Fue testigo, o mejor dicho, escenario de tres grandes acontecimientos de la Historia de Aragón:
- Entre finales de s. XI y principios del XII es el lugar donde se asentaron las tropas reales para la conquista de la Saraqusta musulmana, acaecida al final en 1118.
- En el año 1137 tuvo lugar la ceremonia documentada del pacto que daría lugar a la creación de la Corona de Aragón.
- A finales de s. XVI (año 1573) fue la cuna del pedagogo y logopeda Juan de Pablo Bonet.